Este es un boleto para entrar a mi mente a un mundo que he creado, donde todo es posible, donde la línea entre la realidad y la irrealidad es casi imperceptible, tan delgada y tan frágil como una burbuja de jabón. Esta es una serie de relatos que narro con la intención de contarte sobre un mundo fantástico que no existe. Oh, tal vez sí, pero sabes esto no. Lo escribo solo a veces cuando es de noche o cuando duermo, A veces cuando medito, cuando me concentro, cuando estoy a solas, a veces cuando estoy sentado en la oscuridad, a veces cuando toco un tambor en un temascal. Algunos seres me cuentan historias en los sueños y las escribo con ellos. Luego las grabo y ellos me acompañan. A veces solo las imagino, otras veces simplemente las percibo y otras pareciera como si ya las supiera antes y sólo la recuerdo. Yo soy Rodrigo yo, y estas son historias que me contó la noche a Galope, escrito y narrado por Rodrigo. Yo no puedo decir si soy de aquí o soy de allá. Nací dicen en un país distinto al que dice mi pasaporte, pero no me considero de ningún lado jamás eché raíz. Viví siempre en residencias oficiales, en enormes casas con cientos de cuartos, jardines inmensos y sitios por explorar, casi castillos, con fiestas y recepciones todos los días, a veces dos o tres en la mañana, tarde y noche. Mi papá era un hombre muy trabajador y su esposa una mujer británica buena, pero su sitio era a su lado, nunca al mío nada. Tengo que reprocharle. Nunca me faltó nada. Mamá murió en el parto y Papá hizo lo que pudo. Me quedé con él recorriendo el mundo de casona en casona, acompañado de gente buena, que mi papá llamaba los de servicio y que yo terminé llamando familia. Eso eran para mí. Me procuraban más que nadie. Con ellos platicaba y jugaba, hacía tarea e incluso me regañaban y me corregían. No era rebelde, pero sí travieso al final. Con ellos desayunaba comía y cenaba siempre en la mesa de la cocina y nunca en la mesa grande del comedor. Con Papá y su esposa, ellos me arropaban en la cama y me daban la bendición antes de dormir. Con ellos convivía más que con Papá. Con ellos visitaba a a mis amigos, los caballos, el estan lo era un santuario para mí en cuanto podía. Después de la escuela, corría a saludar a los caballos antes de lavarme las manos para ir a comer uno por uno hasta llegar a mi favorito. Al final del pasillo se encontraba el imponente cemental abría la puerta hola Mustafá, el caballo más bonito y listo que jamás hayas conocido. Era más grande que el caballo de Troya y más negro que la noche moro. Mustafa en realidad lo acariciaba. Movía la cabeza de arriba abajo, peinándose su crin al tiempo que movía la pata dejando una marca en la arena del piso. A él también le daba gusto verme después de comer hacía la tarea y corría al establo para platicar con Mustafá le contaba sobre mis amigos y sobre cómo quería que papá Me lle llevara a sus viajes de trabajo o al menos al zoológico, al circo o a la playa que me comprara unos globos y una paleta de esas enormes que me abrazara y me tuviera en su regazo mientras él escribía sus cartas con su brillante pluma dorada. Mustafa entendía, resoplaba y bufaba cuando decía que sí y con la pezuña marcaba una línea en la tierra cuando quería decir que no. Echando la cabeza hacia atrás. Mi educación fue siempre de primera. No me quejo, no me faltó nada a decir verdad. Puedo decir que incluso me sobró ropa, comida y techo de todo. Siempre tuve de más conocí casi todo el mundo, pero no puedo decir que tuve un papá un buen día salía a explorar con Pipa, la hija del cocinero. Me gustaba mucho y como niño de mundo que era la tomé de la mano para jugar con ella en el jardín de la enorme mansión engrandecido y envalentonado. El jardín se me hizo pequeño y la convencí de cruzar la enorme reja de hierro retorcida en la parte trasera de la casa. Tenía un enorme candado oxidado que decían nadie tenía la llave, pero yo sí que sabía cómo abrirlo. Solamente iríamos unos minutos a ver el río que corría entre los árboles del bosque. Caminamos y caminamos buscando el río hasta que nos perdimos. Lo escuchábamos, pero no dábamos con él. Era como si alguien lo hubiera escondido de nuestras narices. Nos alcanzó el atardecer que pronto se convirtió en una oscura y fría noche desesperados De tanto andar, nos sentamos junto a un árbol. Ella tiritaba de frío. La abracé intentando darle seguridad, una seguridad que yo mismo no tenía hasta que vino a rescatarnos. Escuché en el fondo un relincho es Mustafá es moro. Mustafá le dije al tiempo que la tomaba de la mano. Viene por nosotros Corrimos en dirección de los relinchos, pero no podíamos alcanzarlo. Mustafá, Mustafá, grité espera. Escuchábamos cómo el galope de los cascos se alejaban hasta que se detenían y entonces un relincho nos indicaba nuevamente la dirección. La negra bestia se perdía entre el obscuro fondo de la noche. Era imposible verlo más que sus amarillos y brillantes ojos nos guió sus relinchos y bufos nos dirigieron a la casa. Llegamos tarde, pero lo logramos. El cocinero me puso el regaño de mi vida y me prohibió volver a ver a Pipa nuevamente le expliqué que de no haber sido por Mustafá jamás hubiéramos regresado. El cocinero me dijo que bien sabía que las caballerizas se cierran de noche y que ningún caballo puede salir y menos solo me dijo que era un niño rico, malcriado, dime niño viste al caballo. No mientas me dijo el cocinero mientras me zarandeaba como muñeco agarrándome de los hombros. No no lo vi es más negro que en la noche, pero pero lo escuchamos verdad. Pipá le pregunté ella me dijo que no nunca escuchó nada. Solamente me seguía sin entender por qué corría y corría la nana me llevó a dormir pidiéndome que nunca más lo volviera a hacer y que no dijera mentiras. Apagó la luz y se fue al día siguiente triste. Fui a ver a Mustafá abrí su caballeriza y comencé a acariciarlo moro, se arrodilló y puso su cabeza sobre mi hombro. Fue el único con quien empaticé después de esa aventura. Todos me dieron la espalda. El caballerango se acercó. Sabes, Mustafá no salió ayer de aquí. Yo mismo cerré la puerta de su caballeriza y del establo con cuidado, como siempre lo hago. Me dijo anoche no escuché relinchos, pero no es extraño lo que comentas. Sabes cómo llegó Mustafá aquí. Verás, ese animal es muy muy especial. Llegó un día del bosque. Solo justo dónde te perdiste ayer el día que llegaron tu padre y Tú a este sitio. A mí me pareció extraño. Un caballo fino tan limpio, fuerte, bien alimentado y tan bien portado. Tuvo que venir de algún lado. Recorrí toda la provincia, pregunté y pregunté ninguna de las fincas cercanas había perdido un caballo como lo describía. Así es que Mustafa se quedó aquí. Tú y yo sabemos que ese caballo vino a buscarte a ti a ti. Es al único que le hace caso desde que llegaste te ha cuidado y protegido. Está aquí para cuidarte y tú para cuidarlo a él. Al poco tiempo nos mudamos a otro sitio de Inglaterra. Sin Mustafá lloré y lloré grité y patalé. Le recriminé a Papá no habernos llevado a Mustafá haberlo abandonado ahí. Algunos años más tarde, bastantes En realidad caminaba por las calles de Londres. Me dirigía a mi despacho, una firma de abogados en un gran edificio de square mile distraído por los agobios del día. Juntas correos, mensajes, tareas. Me quedé pegado al celular mientras caminaba y escuché un un relincho. Por supuesto, me detuve sorpresivamente y giré la cabeza, no sin antes sentir como un gran autobús rojo, me rozaba el aura. Mi celular cayó al suelo y se destrozó debajo de las ruedas del autobús. No vi a Mustafá, pero sí que lo escuché. Hoy sigo encontrando huellas de herraduras en el suelo cuando estoy perdido una línea como la que dibujaba en la arena del establo, mostrándome la dirección el camino. A veces escucho a lo lejos en la oscuridad el galopar de un caballo cuando estoy distraído y me centra, en ocasiones me despierta un extraño olor a caballeriza cuando duermo muy muy profundo. Es así ya me acostumbré. Mustafá sigue siendo mi guía. Siempre lo fue y siempre lo será. Sin embargo, cada vez que visito a Papá en su su gran casa en Suiza y nos servimos un whisky, él se queda dormido y yo aburrido. Tomo los álbumes de fotos de colorados por el tiempo. En ellas aparezco yo jugando en los jardines de todas las casas en las que vivimos fiestas con amigos que vagamente conocí por el corto tiempo que estuvimos en cada sitio desconocidos, vistiendo frax en fiestas pomposas, pero en ninguna aparece Papá conmigo. Tampoco moro Mustafa, ni siquiera en las del establo Papá recuerda a todos los caballos que tuvimos en todas las casas que vivimos, pero no recuerda a Mustafá Era era el caballo más grande que nunca tuvimos papá el más negro, el más inteligente, el más fiel, el más educado, el mejor que jamás tuve. No no sé de qué me hablas. Me contésta siempre. No hay fotos del cocinero, ni del caballerango ni del resto de mis amigos. Qué embajador guardaría fotos de la servidumbre. A veces me hace dudar de su existencia. Fue mi imaginación. No lo sé. Cierro el álbum para ver la última foto, la foto de Mamá. Nunca la conocí, una mujer hermosa, alta, espigada, fuerte, hermosa, con una sonrisa increíble y una larga cabellera negra como la noche. Esto fue me lo contó la noche una producción de azuche clamino escrito y narrado por Rodrigo yo visita, me lo contó la noche com